Sí, pasemos página, que este tema ya cansa.
Los blogs tuvieron su sentido hace más de diez años, cuando la única forma «digital» de comunicarnos que teníamos las personas normales eran los chats, los foros o el correo electrónico. Cuando las páginas web eran artefactos gestionados desde Sistemas de Información en los que cambiar una coma requería varias semanas y casi de un business case. Cuando tener acceso a Internet en casa iba asociado a un módem que sonaba como un fax y a no poder hablar por teléfono al mismo tiempo. Cuando al Internet móvil se le llamaba WAP y no existía Whatsapp.
Antes de que existiera Twitter, los blogs nos dieron voz pública, visibilidad, flexibilidad, nos permitieron conocer a gente con la que compartíamos intereses, (aunque algunas veces eser interés fuera simplemente tener un blog). Fueron las herramientas que permitieron que, por primera vez, un particular pudiera competir en alcance con una gran corporación o un medio de comunicación y en (muchas) ocasiones superarlos.
Y nos pusimos a contarles a las empresas sus bondades.
Los blogs corporativos fueron la gran esperanza para que las empresas empezaran a humanizarse, se comunicaran en otro tono dejando atrás la grandilocuencia de la jerga corporativa, la alternativa ágil a «la página web». Lo que la agencia le montaba al departamento de Marketing para poder contar cosas que en su web no podía contar en los plazos requeridos.
Pero han pasado más de diez años.
Y en estos más de diez años han cambiado muchas cosas.
Las páginas web de las empresas ya no son esas estructuras corporativas de casi imposible actualización (ya, ya sé que todavía queda algún dinosaurio por ahí).
Existen decenas de alternativas digitales de comunicación tanto públicas como privadas. Ya no necesitamos un blog para hacer una reflexión, compartir conocimiento, comentar una noticia o publicar una foto, ahora tenemos Facebook, Linkedin, Twitter, Tumblr, Medium, Whatsapp, Instagram, Snapchat, … ¿sigo?
Hoy ninguna empresa «necesita un blog» en ese sentido de entidad independiente para nada. Por eso creo que hay que dejar de hablar de ellos como si fueran la clave de algo que sin ellos no se podría alcanzar.
¿Cuántas empresas mantienen uno (o aun peor, varios) separado de su página web? ¿Con qué finalidad? ¿Cuántas compran contenido sobre «temas que interesan a los internautas» para que el blog siga vivo? ¿Contenido «sin alma» que no me dice nada de la empresa ni de quienes trabajan en ella?
En este tiempo el blog ha pasado tristemente a ser el objetivo en lugar de ser lo que siempre ha debido ser: el medio.
Olvidémonos de «los blogs» y volvamos al origen de todo: comuniquemos, con transparencia, dando visibilidad al talento que tenemos dentro, a lo que hacemos, a lo que somos. Usemos las herramientas que están a nuestra disposición, que no son pocas. Herramientas que serán distintas hoy de las que fueron ayer y de las que serán mañana. Algunas durarán y otras serán efímeras, pero solo serán herramientas. Tratemos las herramientas como tales y dejemos de hablar del blog como si el mero hecho de tenerlo fuera más importante que lo que se cuenta en él y que quién lo cuenta.