Tengo la sensación de que somos bastantes los que hemos sentido una peligrosa indiferencia ante las elecciones europeas de este fin de semana.
Lo dice Dioni de forma clara y concisa.
Si yo fuera un político me replantearía muchas cosas, y no sólo para las europeas, sino también para generales, autonómicas y municipales. Lo principal que me preguntaría es por el motivo por el que tengo una desconexión tan grande con los votantes.
Creo que hay un enorme obstáculo esencial en nuestro sistema: las listas cerradas. En España no votamos a personas, votamos a partidos. Y esto es así porque así lo establece la Constitución cuando en su artículo 6 dice que:
Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política.
Si la manifestación de mi voluntad concurre a través de los partidos políticos, ¿cómo y a quién exijo responsabilidades cuando mi voluntad no se tiene en cuenta? Porque lo cierto es que un partido tiene un ideario al que yo me debo adaptar, no se adapta a lo que sus electores piensan, dan por supuesto que mi voto equivale a un apoyo incondicional a su programa/ideario durante cuatro años. De forma que en realidad no manifiestan mi voluntad sino que recaban mi apoyo cada cierto tiempo para tener más fuerza al manifestar la suya.
Y si el instrumento fundamental para mi participación es un partido político ¿cómo voy a confiar en lo que haga un ente al que no puedo pedirle que me rinda cuentas y que es al mismo tiempo instrumento para la participación de varios millones de personas con ideas muy dispares? Siempre queda la opción de cambiar el voto a otro partido, pero lo cierto es que si hasta ahora apoyaba al partido cuyo ideario más se parecía a mis opiniones, lo que me queda siempre estará más lejos inevitablemente.
Existen otros modelos. Yo quiero votar a una persona, no a un partido. Y quiero pedirle cuentas a esa persona y que me explique qué hace con el apoyo que le doy, que sea un canal efectivo para materializar mi participación. Y quiero que sea consciente de que si no actúa de acuerdo a mi voluntad mañana podré votar a otra persona (a lo mejor de su propio partido) que sí me escuche y actúe en consecuencia.
Esto sí fomentaría el pluralismo político del que habla la Constitución y sí sería una expresión real de la voluntad de los ciudadanos, ya que entregarán su voto a la persona que mejor sepa entender cuáles son sus necesidades y sus voluntades, y que mejor sepa rendir cuentas de lo que hace con esa confianza que se le ha entregado.
Así, de esta forma, yo no tendría que adaptarme al ideario del partido, sino que quien pretende mi voto se adaptaría al mío.
Es aquí donde tendría sentido el uso de entornos sociales con los que tanto nos llenamos los ojos últimamente, en los que la participación pasa a cobrar una importancia esencial. Con estas herramientas el político puede comunicar, pero, sobre todo, escuchar a sus votantes y conformar su posición en cada momento de acuerdo a lo que sus electores le demandan, y de esta forma ser el canal real de manifestación de esa voluntad popular y el instrumento de la participación.
Antes o después se tendrá que abrir el debate.
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