No sé de dónde ha surgido esta costumbre de etiquetar constantemente e inventar colectivos en los que clasificar a las personas.
Nos ponemos etiquetas que nos diferencian de otros pensando que nos definen: esta es mi tribu, y me siento diferente (muchas veces incluso superior) al que no pertenece a ella.
Pero esas etiquetas, al mismo tiempo, nos encorsetan:
Me pongo la etiqueta de vegetariano, o vegano, pero ayer me comí un huevo, ¿qué soy ahora? ¿Y si como miel dejo de ser vegano? Entonces ¿qué etiqueta me pongo? ¿Y si llevo un cinturón de cuero?
Me pongo la etiqueta de conservador, pero soy partidario de un estado aconfesional, de la importancia de un estado social o de los impuestos progresivos ¿en qué me convierte esto?, o la de progresista pero estoy a favor de la colaboración público/privada en sanidad o educación o en que haya que establecer algún tipo de límites a la inmigración ¿ya no puedo llevar esa etiqueta?
Aunque a lo mejor no lo hago porque me define, sino por la comodidad que me supone subirme a un carro sin necesidad de tener que ponerme a reflexionar realmente sobre las cosas, simplemente asumo como propias las recetas que me vienen dadas.
Las etiquetas son cómodas porque no hay que argumentar, se definen solas, me definen sin esfuerzo y me hacen formar parte de algo, pero al mismo tiempo me limitan como individuo porque anulan completamente mi sentido crítico y mi libre albedrío.
No me gusta etiquetarme.
Pero menos aun me gusta que me etiqueten otros, que me metan en colectivos con el único criterio de sus propios esquemas mentales o por su imposibilidad de argumentar sus propios posicionamientos.
Cuando es otro quien me etiqueta, quien me mete en un saco, me está negando mi capacidad de razonar, mi libertad de pensamiento, pero, al mismo tiempo, está dejando en evidencia su propia falta de capacidad de razonar y de pensar lógica y libremente, por no hablar de sus evidentes prejuicios.
Dejamos de ser individuos para ser parte indistinguible de colectivos en los que se nos incluye inexorablemente y sin matices por terceros por criterios elegidos de forma subjetiva, y posiblemente con la intención de establecer culpas o responsabilidades y ciertamente de marcar una distancia con quien lo hace. Muchas veces de forma despectiva para establecer esa distancia aupada en una percibida superioridad moral.
“¿Piensas eso? Entonces eres …”, “¿cómo dices eso si tú eres …?”.
No sé, a lo mejor tiene alguna relación con el hecho de que a la hora de ir a votar tenemos que comulgar con el credo completo del menú que nos ponen delante, sin matices, o todo o nada.
O porque necesitamos saber si «el otro» es «de los nuestros» o no.
Malos tiempos para tener criterio propio, en cualquier caso. Para esos, los «etiquetadores» también tienen una etiqueta: equidistante. Como si tener criterio propio fuera una cuestión de geometría.