Me disgusta profundamente este vocabulario bélico que se usa en la dialéctica política.
Se busca “derrotar» al contrincante político. Se niega la posibilidad de llegar a pactos del tipo que sea “con esos”. Se está pendiente de “ganar batallas”, se ataca personalmente al “enemigo» y se preparan las “armas para la lucha” electoral contra el “rival».
Me he perdido.
Pensaba que el esfuerzo del político debía ir dirigido hacia el ciudadano y no contra nadie.
Pensaba que el objetivo era conocer las necesidades de los ciudadanos, proponer y llevar a la práctica acciones encaminadas a satisfacerlas y trabajar buscando el bien común. No machacar a nadie en un campo de batalla.
Quien está «en contra de” no me representa. Quien busca “derrotar” no me representa. Porque esa oposición, esa batalla, esa derrota, lo es contra mis familiares, mis amigos, mis vecinos, que también tienen derecho a que quien dirige su municipio, su comunidad, su país, lo haga teniéndoles en cuenta, le hayan votado o no.
Es como si en la selección nacional de fútbol (o de baloncesto, o de balonmano…) un jugador que procede del equipo A no le pasara el balón a otro porque juega normalmente en el equipo B. Absurdo y ridículo.
Pero creo que está claro. Esto va de ganar, de quedar por encima, de lograr un trofeo, no de construir para todos. Y mientras siga siendo así, no pienso entrar en el juego.