Hay momentos en las organizaciones en las que una persona o un departamento se ponen de moda, están en la cresta de la ola durante un tiempo y luego, meses después, por alguna misteriosa razón, son relegados a una posición de tercera fila.
Es algo que he visto en varias ocasiones y que siempre me ha sorprendido, porque en esos casos, por lo general, ni estaba justificada esa ascensión a los cielos ni tampoco la caída a los infiernos.
Supongo que tiene que ser bonito mientras dure. Y duro cuando se acabe.
El otro día tuve una conversación muy interesante sobre este tema con unos compañeros, y uno de ellos dijo que él no aspira en su vida profesional a estar de moda, sino a ser fondo de armario, y me hizo gracia. Siempre me ha gustado esa expresión que he aprendido en las «revistas femeninas» (sí, lo confieso, leo las revistas que compra mi mujer).
Es como decir que no se quiere ser efímero, que se quiere estar siempre ahí, preparado para esos días en los que quien toma las grandes decisiones no sabe qué ponerle a la organización y tira de esos vaqueros y esa camisa blanca que sabe que le sacarán de cualquier apuro.
Yo también quiero ser fondo de armario.