Hace poco más de un año publicaba sobre barcos que no se quedan en puerto. Hoy toca hablar del regreso de esos barcos.
Hablaba entonces de una aventura no exenta de riesgos, y esa aventura ha tocado a su fin. Un fin que ha llegado antes de lo que esperábamos, es verdad, pero que nos permite volver a tener cerca a los nuestros, a quienes hemos echado mucho de menos.
Esta aventura nos ha aportado mucho a toda la familia. Nos ha dado unidad, flexibilidad, madurez, apertura de mente…, nos ha ayudado a vivir, porque la vida es esto, el camino que andamos, el ser capaz de aprovechar cada oportunidad y cada momento, el entender que hay otras personas que viven de forma diferente, con otros gustos y otras costumbres. Ni mejores ni peores, distintos. Y entenderlo, respetarlo y adaptarse a eso alimenta tu tolerancia y tu riqueza vital.
De estos 12 meses volvemos con las redes muy llenas. De experiencias y de amistades. Es sorprendente cómo en tan poco tiempo pueden consolidarse relaciones profundas que sabes a ciencia cierta que durarán para siempre. Es sorprendente cómo ver cómo se hacen las cosas en otros países te ayuda a poner en contexto cómo se hacen las cosas en el tuyo, a valorar lo que tienes y a ver las grietas que hay que reparar.
Fuimos a Texas condicionados por la imagen que uno saca de la televisión: un lugar seco y polvoriento con gente ruda y seca, y nos hemos en encontrado un estado verde en el que hemos pasado probablemente el año más lluvioso de nuestras vidas, y en el que el término «amistoso» se queda corto para describir a la gente que hemos conocido, algunos de los cuales nos han tratado casi como miembros de su familia. Algunos de los cuales nos han ayudado como a miembros de su familia.
Ahora toca el camino de vuelta: Recuperar nuestra casa, buscar trabajos, colegios, …, montar la vida de nuevo. Y no es fácil. De hecho es más duro que el camino de ida porque en nuestra cabeza y en la de los que nos esperan está la idea de «vuelta», pero nosotros ya no somos los mismos que nos fuimos.
En la vida los cambios asustan, producen vértigo, pero también produce vértigo sucumbir al miedo, rechazar el cambio y estar el resto de tu vida pensando qué habría pasado si te hubieras subido a ese tren que pasó.
Volvemos a puerto. Afrontamos una nueva etapa. Allá vamos.