Afirman los que defienden el uso en el pleno del Senado de todas las lenguas que son cooficiales en las diferentes Comunidades Autónomas que será un «signo de normalidad».
Y no puedo estar de acuerdo.
Yo he vivido varios años en una Comunidad con lengua cooficial, y en un estado de los EE. UU. en el que muchas personas utilizan habitualmente el español en lugar del inglés, y no es normal que nadie use una lengua que sabe que su interlocutor no conoce. Lo que es normal es que las dos lenguas coexistan en armonía, y que la educación, el respeto y las normas básicas de convivencia primen sobre las preferencias individuales.
Es un signo de normalidad que en pasillos y despachos los senadores utilicen entre ellos la lengua que les resulte más natural dependiendo de su interlocutor; no es signo de normalidad que un senador que no habla una lengua, lea un discurso en esa lengua (que ni habla ni entiende), es una muestra de populismo barato y condescendiente.
Los que se oponen dicen que será «caro y pintoresco». Triste que sean estos todos los argumentos que se puedan presentar.
Estamos en una época en la que nos empeñamos en poner nuestras libertades individuales por encima de las libertades colectivas, las normas de convivencia, la educación y el respeto; en la que se usa la palabra «libertad» como contraseña mágica que arrojar a la cara del interlocutor y convertirlo así en un intolerante y al que habla en un defensor de lo más sagrado. Y nos estamos equivocando.
Hace más de cuatro años, y al hilo de otro tema diferente, ya hice un análisis de la palabra «libertad», palabra que me sigue gustando, pero no como la estamos utilizando.