Me encanta la palabra «libertad«.
Revisando en el Diccionario de la Real Academia sus diferentes acepciones (hasta doce), dan pie a un abanico tan amplio de interpretaciones que se diría que todo cabe en ella. No voy a repasarlas todas, sólo algunas de ellas.
La primera es «Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos«. Esta me gusta especialmente, y creo que es significativo que sea precisamente la primera. Deja claro el principio de responsabilidad del que actúa (o no actúa).
En la cuarta, «Falta de sujeción y subordinación», es especialmente significativo el ejemplo de uso: «A los jóvenes los pierde la libertad«. Claramente marca una gran diferencia con la primera acepción: no se asume responsabilidad, más bien se diría que se refiere precisamente a eso.
La quinta es fantástica: «Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres». Me parece claro el paralelismo entre la responsabilidad que exige la primera y la sujeción a las leyes y las buenas costumbres de esta.
En la séptima («Condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes») volvemos nuevamente a la idea de la cuarta de no estar sujeto a algo.
Y en la octava llegamos, avanzando más en la línea de la cuarta y la séptima, a la antítesis de la quinta: «Contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres».
Lo que decía, que cabe todo, «Libertad» es la palabra que se define como la facultad de hacer (o no hacer) lo que uno quiera, pero siempre respetando la ley y las buenas costumbres, o, al contrario, como la facultad de no respetarlas.
De esta forma nunca sabemos cuándo alguien al hablar está pensando en una acepción y cuándo en otra.
A lo mejor por eso yo no entiendo a los periodistas europeos con lo de las caricaturas de Mahoma.
Ellos dicen que pueden hacer lo que quieran en aras a su libertad de expresión (o de prensa), y yo opino que la libertad de expresión (o de prensa) exige un poco de respeto por los demás. ¿O es que la libertad de expresión (o de prensa) no cede ante los límites que le marca el Código Penal? Entonces no entiendo por qué no cede ante las normas básicas de respeto hacia el prójimo.
¿De verdad es necesario atacar lo que muchas personas consideran sagrado? ¿De verdad es «libertad» hacer a otro lo que no me gusta que me hagan a mí?
Va a resultar que los abuelos tienen razón cuando dicen que se está perdiendo el respeto y la educación.