Ha escrito Ángel Villarino en El Confidencial que la política es la profesión más triste de España.
Aun no sé si estoy de acuerdo con que eso sea así, pero independientemente de eso, creo que en su análisis se deja algunas cosas en el tintero.
Partamos de la base de que hablamos de políticos profesionales, los que salen todos los días en los medios, a esos a los que se refiere el ex-ministro Garzón en su carta de renuncia a incorporarse a la consultora Acento.
Hoy quiero glosar algunas de las afirmaciones que hace el Sr. Villarino en su artículo:
La política en España nunca ha estado muy bien pagada en términos relativos. No lo ha estado en comparación con otros países y, sobre todo, en comparación con profesionales del sector privado a los que se les exige el mismo nivel de responsabilidad, exposición pública y dedicación
Un compañero de publicación del autor, Javier Caraballo, desmiente esa primera afirmación en su texto titulado ¿Políticos sacrificados? No hay que preocuparse. Poco más puedo añadir.
la progresiva judicialización de la política ha hecho que se convierta además en una profesión de riesgo. Cualquier decisión administrativa, cualquier licitación, cualquier descuido… pueden acabar con una imputación.
No sé cómo interpretar esto. Los políticos usan las demandas/querellas como arma política ¿y son ellos mismos las víctimas? Víctimas son los médicos que son demandados cada día más debido al impacto de las series americanas de abogados. Los policías y guardias civiles ante el más mínimo uso de la fuerza. Los cónyuges envueltos en malas separaciones que son denunciados como arma en el proceso de divorcio… Esos son víctimas.
un exdiputado autonómico que tuvo que eliminar del CV sus siete años de experiencia en política porque nadie quería contratarlo. “Me di cuenta de que era un problema en todas las entrevistas y de que era mejor tener esos siete años sin actividad, inventándome que había estado en el paro y dedicado a proyectos propios, antes que poner que había sido político”.
¿Mejor siete años sin actividad en una entrevista que siete años trabajando? Muy bien ha tenido que explicar ese vacío ¡de siete años! ese exdiputado durante la entrevista para que sea mejor que haber estado trabajando de lo que sea.
Por no decir que en la tercera década del siglo XXI ya no debe de quedar nadie que antes de entrevistar a alguien no busque en Google el nombre del candidato al que va a entrevistar.
Suena más a excusa (o a querer ocultar algo) que a problema generalizado.
Un head hunter al que consulté, Alfonso Villarroel, me resumía el problema con esta imagen avícola: “Es muy difícil emplearlos porque vienen de un ecosistema totalmente distinto. Sobre todo si llevan muchos años viviendo de los partidos, sacarlos al mercado laboral es como llevar perdices de la granja al campo. Van a sobrevivir el 5 o el 10%«
No es un secreto que en España cambiar de sector profesional no es fácil, no es un problema de los políticos. ¿Cuánta gente con 15 años en en sector Seguros (por decir uno) cambia a otro sector que no tenga nada que ver? La endogamia es dominante.
Preguntemos a ese mismo head hunter cuántas personas con experiencia en el sector público (no políticos, sino gestores, técnicos) tienen movilidad hacia el sector privado. ¿A cuántos de ese perfil presenta a sus clientes indicando en su CV «15 años de experiencia en la Dirección General de xxx del Ministerio yyyy o de la Consejería de zzz de la Comunidad que sea como jefe de servicio o jefe de área», por ejemplo? Yo sé la respuesta.
Hay un punto en este párrafo en el que el Sr. Villaroel sí da en la clave: «viviendo de los partidos». Porque esa es la triste realidad: el que se ha dedicado profesionalmente a la política no vive del sector público, vive de los partidos políticos. Y esto me lleva al siguiente bloque del artículo:
La cultura directiva política no tiene mercado
Esta frase la he querido poner separada porque requiere un análisis en sí misma.
La «cultura directiva política» está centrada en el tribalismo (el partido) y en la familia política dentro de la tribu: primero yo, luego los míos, luego el partido. ¿Quién quiere en su empresa a alguien que ponga a «los suyos» por delante de los intereses generales de la empresa? ¿De los intereses de los clientes? Yo no, desde luego. No quiero gente que apoye lo que digan «los suyos» ciegamente digan lo que digan, ni que trabajen por destruir lo que digan/hagan «los otros» solo porque viene de ellos. No quiero gente que prefiera el «¿qué hay de lo mío?» antes que el mérito y el reconocimiento del trabajo realizado y la experiencia aportada.
“La gente realmente buena, en general, no quiere meterse en estos líos. Tienen que renunciar a mucho dinero, trabajar más y luego no saben lo que les espera, ni por cuánto tiempo”, explica un exministro.
Discrepo.
Hay mucha gente buena que sí se metería en estos líos. Donde no se metería es en una estructura (partido político) que tiene que rendir pleitesía a un líder elegido por intereses políticos (no de mérito ni de capacidad), que está diseñada para la supervivencia y la financiación (legítima o no) propia y que es capaz e plegarse a lo que sea para garantizar la subsistencia de «los míos».
Abramos las listas, permitamos el voto a la persona, rebajemos el poder de los partidos como entidades monolíticas, quitemos poder al «aparato del partido». Esto dará entrada a talento, a independientes, a gente con ganas de aportar y no solo de medrar. Y nos dará a los votantes la capacidad de elegir y de pedir cuentas a los que reciben nuestro voto.
Y volviendo al segundo párrafo de este texto, y después de esta reflexión, debo decir que nuevamente discrepo con el Sr. Villarino: no, la política no es la profesión más triste de España. Al menos para el que se decida a ella. Igual para los que los sufrimos…